En la costa bretona hay más de 1.000 fortines, vestigios de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría abandonados. Pero algunos han encontrado una segunda vida. La base de submarinos de Lorient, en Morbihan, se ha convertido en un lugar ideal para la fabricación de mástiles para barcos de regata. En Finisterre, el blockhaus de Pointe Saint-Mathieu se ha transformado en un museo. Y en Crozon, un joven emprendedor ha decidido transformar los túneles del depósito de armas en una cervecería.